lunes, 17 de mayo de 2010

Los amores imprudentes - Gustavo Martín Garzo


Es una lástima que a nadie se le ocurriera incluir la imprudencia en la legendaria lista de los siete pecados capitales; pues a veces basta un gesto imprudente para condenarnos a vivir pegados a un recuerdo.



La joven mujer que un buen día decide dejar su casa en París, viajar a un pueblecito cerca de Burgos y averiguar la identidad de la chica que aparece en una vieja foto de familia, aún no sabe que para revolver el pasdo hacen falta fuerza e ingenio.



La investigación empieza y las palabras fluyen hasta recomponer el perfil de la hermosa desconocida de la foto. Su nombre es Gloria, y su madre fue Dorotea Jensen, una alemana que después de la Guerra Civil dirigió una fábrica en el pueblo y sólo permitió que en ella trabajaran mujeres.



Gloria fue el gran amor de Andrés, el padre de la joven, pero ese idilio hecho de alegría y de acciones temerarias no tuvo un final feliz. ¿Por qué?



Alrededor de esta pregunta bailan los fantasmas de un mundo que ya no existe, y poco a poco vamos descubriendo el carácter de Gloria, su pasión por la vida, su entrega al hombre que adoraba y la generosidad absoluta de un último gesto que salvó a Andrés de una muerte segura.



Han pasado muchos años desde entonces, y el hombre y la mujer que tanto se amaron ya han muerto.



La foto que la joven guarda ahora como un tesoro no es más que un pedazo de papel de trazos desvaidos, pero el recuerdo de aquellos amores imprudentes es una realidad que Gustavo Martín Garzo ha creado con la fuerza y el ingenio de los grandes maestros.



lunes, 3 de mayo de 2010

Enrique Álvarez - 28-4-10


De nuevo Salcines nos presenta este escritor con definiciones tales como: Un autor de excelente castellano, lector incansable, activo en muchas facetas culturales, aunque el escritor desea que su actividad laboral esté ajena, sabemos que también desde ella, manifiesta esta dedicación a asuntos literarios.
Nacido en León cuna de abundantes escritores de renombre, reside en Cantabria en casi un 60% de su vida.

Todos los escritores han sido heterogéneos desde el comienzo de esta singladura, cada uno ha sabido reclamar nuestra atención con facilidad y Enrique Álvarez lo ha conseguido de nuevo.
Tomó la palabra y sobre la mesa depositó varias obras, entre ellas “Perdedores”, “Prosa Fanática” y su obra impresa en 2004 “El ángel cae”.

Comenta que tiene escritas 8 novelas, 3 editadas; sin embargo se han publicado 6, por ello y dado ese interés, leerá tres relatos de estos. Reconoció igualmente sus trabajos de columnista y “escritor de opinión”, bajo su forma de definirlos.
Se disculpa por no ser actor o locutor, pero eso no fue óbice para dejar corrección en su lectura, aderezados con algunos silencios y pausas, que venían muy bien a los relatos.

“La bofetada”, -lectura en parte autobiográfica, aunque dice que prefiere evitar esta inclinación-, quedó patente una conversación casi provocadora con Pío Muriedas, personaje de fuertes convicciones, esgrimidas con habilidad oral, casi azotando. Fue una disputa perdida, daba la sensación de ser revivida en su locución lectora.

Leídos algunos de sus libros, dejan un aprendizaje increíble sobre un perfecto manejo del abundante vocabulario, una maravilla, no es un obstáculo para la sencillez y comprensión. Una mezcla que creo sea lo más difícil de conseguir por un autor. Tiene la facilidad de integrar al lector en los relatos, vives sus miedos, la curiosidad extremada, sopesas la vida y la muerte, hueles, e incluso notas el aire en paseos de los protagonistas impresos.

Leer estas narraciones produce múltiples sensaciones, supera la concentración que no nos concede oírlo en este salón. Aún así fue disfrutada observando la atención y agrado de los espectadores.

Ameno, emanando cierto sosiego, con una sonrisa que decía mucho de su inquietud lectora, a pesar de ser sus escritos, se transformaba en un lector anónimo y parecía necesitar llegar al final con evidente curiosidad.
Un personaje que demostró cualidades diferenciadas, ofrece una prosa cuidada, correctísima, emplea el caudal de nuestro rico idioma en precisas frases, manejadas en oleadas de historias con imaginación y variedad, no hay punto intocado, todo está reflejado en ellas, a pesar de que nos explicó alguna de sus convicciones personales.

Enrique Álvarez dejó plasmado su saber en el aire cada vez más culto de este salón, pues visitado mensualmente por entes de la cultura cántabra, se aprende tan solo respirándolo.

Gracias “caballero de las letras”, Enrique Álvarez.



San Vte. de la Barquera 28 de abril de 2010

Ángeles Sánchez Gandarillas