Casi dos décadas más tarde, Rashid encuentra en las calles de Kabul a Laila, una joven de quince años sin hogar. Cuando el zapatero le ofrece cobijo en su casa, que deberá compartir con Mariam, entre las dos mujeres se inicia una relación que acabará siendo tan profunda como la de dos hermanas, tan fuerte como la de madre e hija.
Pese a la diferencia de edad y las distintas experiencias que la vida les ha deparado, la necesidad de afrontar las terribles circunstancias que las rodean —tanto de puertas adentro como en la calle, donde la violencia política asola el país—, hará que Mariam y Laila vayan forjando un vínculo indestructible que les otorgará la fuerza necesaria para superar el miedo y dar cabida a la esperanza.
1 comentario:
Valió para mucho lo aprendido por estas chicas en la infancia, de la educación que recibieron, a pesar de vivir en una sociedad opresora con todo el género femenino.
El burka era el mal menor, llama la atención estéticamente y es lo que nos enseñan en todos los medios de comunicación, es la muestra de todo lo cruel e injusto que tiene detrás. Sería lo de menos si fuera tan solo esa exigencia.
(Sin querer comparar y en relación exclusiva a eso, en otros países tenemos otras normas estéticas, aunque nos parezca que podemos elegir).
Encontré brusco el paso de la vida de Mariam, a la historia de Laila.
El encuentro de la política y la guerra era necesario para el relato, a pesar de pasar de soslayo me llegó a cansar, es algo personal, un adorno del que no podemos apearnos vivamos donde vivamos.
Es duro sobrevivir así, muy duro, sin dignidad, sin voluntad, sin posibilidad de autovaloración o reconocimiento.
Lns.
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